martes, 14 de octubre de 2014

La literatura mendocina sería obligatoria en las escuelas

Un proyecto de ley presentado este lunes busca que las materias de Lengua y Literatura incluyan material provincial.


Un proyecto de ley provincial presentado establece la obligatoriedad de que los alumnos del sistema educativo local, reciban instrucción en literatura mendocina. El material a estudiar por los chicos, será elegido por el Consejo General de Educación, tras analizar propuestas de las asociaciones de escritores mendocinos “reconocidos por su actividad cultural”.
La iniciativa fue elaborada y presentada por el diputado provincial del Frente para la Victoria Alejandro Viadana junto a Epicentro, Movimiento de Escritores de Mendoza. 
Básicamente, la propuesta establece la enseñanza obligatoria de literatura mendocina en las escuelas, con el fin de que se incorpore de modo obligatorio a la enseñanza oficial y se dicten normas de fortalecimiento de la industria editorial para Mendoza.
El proyecto fue acompañado con las firmas de la presidenta del Bloque de Diputados del FpV, Silvia Ramos, y los diputados justicialistas Lorena Saponara, Cristina Pérez y José Muñoz.
Viadana, su autor, explicó que “se trabajará con la Dirección General de Escuelas y con el Ministerio de Cultura, para que los niños mendocinos se eduquen en los años venideros con obras mendocinas”, ya sea de autores mendocinos o de obras que hablen sobre Mendoza.

Además, el diputado señaló que “esta iniciativa surgió de un trabajo conjunto con Epicentro, Movimiento de Escritores Mendocinos”, y detalló que su idea “busca que no sólo sean obras generadas en otros lugares los que se lean en los colegios, sino que se sume a los clásicos y nuevos autores mendocinos”.
Durante la presentación, integrantes del movimiento leyeron un manifiesto de su organización y destacaron que “después de tantas puertas golpeadas, por fin se ha abierto una puerta enorme” y que “es un paso gigante”, en especial, para superar uno de los grandes problemas que “es la difusión”.

Estuvieron presentes los escritores Aldo Rocamora, Verónica Postigo, Mauricio Domínguez, Antonio Gómez, Hugo Torres, Claudio Torino, María Ana Gímenez y Delia Checa.
El proyecto.
La iniciativa de Viadana contiene cuatro capítulos. El primero se refiere a la enseñanza obligatoria de la literatura mendocina y propone que la DGE y los establecimientos educativos de gestión privada reconocidos oficialmente, incorporados a la enseñanza formal, “deberán incluir en sus planes de estudios para los niveles primario y secundario, con carácter obligatorio, y con aprobación del Consejo General de Educación, la enseñanza de la literatura mendocina”.
Además indica que para el diseño y aprobación de los contenidos “se deberá consultar a las asociaciones de autores mendocinos que sean reconocidos por su actividad cultural, entre otros temas”.
El segundo capítulo, denominado “Canon de obras mendocina”, propone que anualmente la DGE organice dos jornadas con derecho de puntaje, para que los docentes de Lengua, Literatura y materias afines, reciban capacitación específica sobre literatura mendocina.
También que la DGE confeccione un registro de obras editadas en la provincia, o que siendo editadas fuera de la provincia hayan sido escritas por autores mendocinos, que deberé ser de referencia obligatoria para los diseños de contenidos de las clases sobre literatura mendocina.
El tercero artículo versa sobre “promoción de la industria editorial mendocina”, y propone que se establezca por el Fondo de Transformación y Crecimiento una línea de crédito destinada a la radicación y fortalecimiento de la industria editorial.
Además, todas las bibliotecas de establecimientos educativos públicos o privados, “deberán contar con una amplia gama de literatura mendocina, que deberá atender las necesidades de todos los niveles de enseñanza”.
Finalmente, el capítulo cuarto, hace referencia a la cuestión presupuestaria relacionada con la puesta en práctica de la iniciativa, la que deja a criterio del Poder Ejecutivo.


La literatura y los nuevos lectores en el aula

El desprecio con el que las academias y la crítica han tratado a la literatura regional o folclórica -definiéndola como popular, tradicional, provinciana, artesana, destinada a un lector de festival del chivo- ha contribuido al rechazo por parte del gran mercado editorial. Esa negación, además, trajo como secuela su exclusión del programa de la mayoría de los docentes que enseñan Literatura en las escuelas.


Es innegable que la enseñanza de la literatura en las escuelas atraviesa un extenso y peligroso período de confrontación. El docente camina por un territorio sin fronteras claras, minado, en el que la enseñanza de esta disciplina tradicionalmente entendida como "el arte de la palabra", hace décadas no responde a su definición elemental, ni a otras que intentan abordarla.

Su textura es cambiante, lo estético está empeñado en divorciarse de sus moldes canónicos y "la literatura" rara vez acepta las clasificaciones de manual con las que pretendemos explicarla.
Ante este espacio que vulnera las normas como principio de sobrevivencia, el docente por lo general opta por recluir lo literario a un rincón menor o lúdico de su programa. La literatura se arrincona como una mesa vieja que no tiramos porque algún día, cuando haya fiesta, tal vez nos pueda servir.

Y nos preguntamos en la reunión donde nadie escucha: ¿Es posible enseñar literatura siguiendo las viejas recetas que indicaban lecturas arduas, clásicas, transmisoras de valores? ¿Puede el docente de lengua y literatura, condicionado por su circunstancia económica y laboral, encontrarle puerta al círculo que lo condena a conformarse con material arcaico, con bibliotecas sin libros y alumnos sin desayuno? ¿Es posible superar la abulia y el rechazo que los alumnos normalmente manifiestan ante las lecturas propuestas y alcanzar una evaluación exitosa (y cada vez más condicionada) o diferente, en la clase?

Al sujeto, sujeto y predicado

La experiencia generalizada dice que ante la adversidad y la falta de recursos -sociales, de infraestructura, personales- el maestro o profesor opta por contenidos que el empresario llamaría sustentables: acude al mundo conocido de la gramática de los ’60, el análisis sintáctico y hasta el periodismo sin fecha de vencimiento, dado que en estos campos la realidad es menos inestable o al menos es aprehensible desde la altura del pizarrón resquebrajado o de las páginas de los diarios locales.

¿Qué hace que alumnos  y docentes no se bañen en el océano de la ficción literaria, en el esplendor del mercado editorial, contrariando lo que las políticas educativas reclaman en sus discursos bicentenarios? ¿Es la falta de libros "buenos" el problema o la no valoración social de ellos el principal obstáculo para que entren en el aula? ¿Es la formación canónica del profesor, apartada de la inefable realidad del alumno tipo o son los nuevos soportes textuales y procesos de escritura los que condenan al libro en nuestras escuelas?

Estas preguntas conllevan en gran medida su respuesta, dice el crítico y ensayista norteamericano Sven Birkerts en La fatalidad de leer en una época electrónica. Ahí sostiene que estamos atravesando una profunda metamorfosis, la lucha de la pantalla digital y la página y que del aislamiento hemos pasado a una permanente mediación, lo que atenta contra la relación íntima que construye significados en la literatura. Que leer y escribir ahora son otra cosa.

Lo que Birkerts parece no ver es que la literatura, la escuela, el mundo, también son otra cosa y que esa idea cuasi romántica y matinal del libro en la cama, es decir, la intimidad con él, ya no son posibles y lo serán cada vez menos en el vértigo que vivimos. Tampoco ve que la pantalla digital, en esta orilla del mundo, sigue siendo un privilegio de la clase media, el 80% de los alumnos de noveno año no sabe desplazarse por una página word.

Algunos lugares comunes, para terminar o arrancar
La experiencia (de colegas, de congresos, de las evaluaciones periódicas) demuestra que la literatura, planteada como bandera del conocimiento o goce estético, está condenada a ser arriada. Los receptores rara vez conocen el referente -el contexto del que parte y al cual se refiere, alude el texto- y para llegar al placer o goce, nos falta lo que el semiólogo y escritor Umberto Eco llama "la enciclopedia personal": con la experiencia de vida y la falta de alimentación cultural, a estos lectores no les alcanza para actualizar información, cotejarla, menos hacer una traducción profunda del texto o de su valoración artística-estética.

Nos lo advirtió Beatriz Sarlo, en su libro Escenas de la vida posmoderna (1994): "Sin fundamento en las autoridades constituidas y sin fundamento autosuficiente en el territorio del arte, la objetividad de los valores estéticos ha sido dada de baja. El mercado es el paradigma de libertades múltiples. El público decide, legitima si lo desea, silencia si no comparte. Los especialistas agonizan, el populismo es el que determina las leyes de lo bueno y aceptable…"

Frente a esta crisis de recepción  y valoración de la literatura (planteada y reconocida en la comunidad, los medios de comunicación y hasta el mismo gobierno escolar, de manera recurrente en los últimos años), proponemos replantear algunas definiciones de diccionario de escuela y entender que:

- La literatura folclórica, es decir la literatura regional, es decir la literatura, puede abrir espacios en abandono, acercar a los lectores a su mundo privado: no por ser popular o folclórica o tradicional, porque habla el mismo idioma que lectores y escritores.

-Tal vez, debamos modificar, eliminar el concepto de ficción, dejar de verlo como un estado de gracia, diferente, que separa los lenguajes posibles, porque recluye a la literatura a un sitio exclusivo, al que acceden sólo los elegidos, los sensibles, los lectores de oficio.

-Dejar de ver a la literatura como la más frágil de las hermanas que va a la escuela; si tiene que llevar una mochila grande, que la lleve; si debe responder a otras preguntas, que responda; si debe servir a la geografía, que sirva; la literatura no necesita que la defiendan del contagio o el abuso, sólo de la ignorancia y el olvido.

-No sigamos repitiendo que la función de la literatura es el goce estético, mostrar la belleza de este mundo o de los otros: enseñemos primero qué significa goce estético, mundo, imaginación y por qué es importante comprender la geometría de las palabras. Hablar de mundos es demasiado grande si con lo que sabemos apenas poblamos una hoja de cuaderno.

-Si el mundo se ha globalizado, también debemos globalizar aquellos conceptos o definiciones que exigen hace mucho terminar con las fronteras de género o clase.

Es evidente que una de las grandes razones del rechazo de la literatura en las escuelas se debe a que en los libros -novelas, cuentos- los alumnos dicen "no encontrar la verdad"; que el mundo que estos describen poco a nada tiene que ver con el propio y que estas "fantasías" los aburren porque son falsas.

Es claro que este juicio no lo ejercen con otros medios como la televisión, videos  o el cine ya que por una cuestión generacional, se han consustanciado con esas formas de lenguaje heterogéneo y digital. ¿Entonces? Demostrar que no toda la literatura está alejada de la verdad que ellos reclaman, ni pertenece a mundos divorciados de este.

La literatura mendocina, por ejemplo, cuenta entre sus escritores con figuras que se abocaron concienzudamente a la recopilación o "puesta en valor" de lo producido en Mendoza, sus relatos tradicionales, leyendas, refranes populares, cantos, descripciones geográficas e históricas.

En este grupo de autores Juan Draghi Lucero es el más valorado, por su inmenso trabajo de compilación, pero no el único que nos muestra la historia, cultura, la realidad de la provincia. Por citar los ausentes con aviso: Antonio Di Benedetto, Alberto Rodríguez (h), Abelardo Arias, Eliana Abdala, son, entre varios más, escritores mendocinos que pueden leerse sin ser especialistas ni haciéndolos traducir al 2010.

Ahora bien, en los hechos, ¿qué lugar ocupan estas obras en los programas del Polimodal? ¿De qué modo se las trabaja con los alumnos? ¿Conviene agotar esta literatura en lo anecdótico, en el concepto de folclore -en el caso puntual de Draghi- y desestimar el contexto histórico, ambiental, cultural que poseen? Entendemos que no.

Por lo general, cuando se atiende al folclore de Cuyo, se explora solamente el juego arqueológico, el lenguaje arcaico y lo paródico, olvidando que el fundamento de estas obras (las de Draghi, pero también las de los otros autores mencionados) es popular, pero también social y cultural, que su materia o contenido literario forma parte del imaginario que identifica a los habitantes de esta región. El folclore da argumentos simbólicos y afectivos a los pueblos dice Magariños de Morentín, ¿no lo hace también la otra literatura aludida?

La consigna debe ser clara

Vincular la obra literaria con el mundo social de los alumnos implicará, entonces, acercarlos a una parte esencial de su pasado, justamente cuando es más fuerte la influencia de una cultura globalizadora, igualitaria, pocas veces respetuosa de la identidad individual.

También, posicionarlos en el presente, ya que reconstruye su árbol genealógico cultural, los sitúa en esa diluida línea espacio-tiempo que ahora es indeleble, pero que puede reconstruirse con la fotografía del lenguaje literario, la historia de, por ejemplo, esos adoquines por donde caminamos 50, 20 años después, el dibujo a mano alzada de las calles donde vive él o su novia, los cerros que mira cuando da vueltas por el pedemonte.

En ningún caso entendemos que la literatura folclórica o regional sea sólo un instrumento de taxidermia destinado a embalsamar bienes culturales, pero puede ser parte del proceso de restauración, ayudar a revelar/develar aspectos del pasado, el presente y demarcar los sinuosos caminos por donde buscamos nuestro futuro como provincia o comunidad.

Debemos apuntar cuando analizamos nuestra literatura regional, como quería el citado Magariños, no a probar la tesis aristotélica de que el arte es siempre mímesis, evocación de la representación del mundo, sino una simpraxis, vale decir, una forma en la que el receptor-lector participa en el control de los signos (las palabras, las ideas, lo dicho) y por lo tanto se apropia de ellos, los incorpora como propios. Lo folclórico supone un proceso de cooperación, la identificación de mundos semióticos compartidos, y estos son accesibles a un común imaginario social.

Pinta tu aldea, llénala de grafitis

Para el caso de nuestras escuelas, la literatura local es un universo cultural y geográfico rara vez conocido por los adolescentes. Para ellos el término folclore, "la cosa tradicional", se vincula más con el gaucho guitarrero de las efemérides o la música de los festivales con chivo que con su origen étnico, lingüístico y hasta racial. Replantear este conocimiento cosificado y muchas veces imbuido de un lamentable nacionalismo (en el país que por otra parte se ufana de ser un crisol de razas) implicaría dar a conocer, mostrar su originalidad y a su vez cuestionar desde este lugar lo ficcional como un espacio exclusivamente literario o de la pura invención.

El desierto y medio ambiente es un territorio desbordante de vida e historia, capaz de superar las "fantasías" literarias de las que -según los alumnos- abusan los libros. La cordillera, en sus milenarios pizarrones de piedra, ha escrito la historia del Universo, de los hombres que como hormigas la han atravesado o de sus pesadillas. ¿Es posible ignorar este marco referencial geográfico o la historia, contada por la música, las viejas bodegas, las alamedas?

En los cuentos de Draghi Lucero se amasa la tradición, historia y lenguaje del que todo mendocino se siente feliz heredero. Desde esas obras podemos asomarnos, como también en los cuentos de Di Benedetto o de Alberto Rodríguez, al esfuerzo del ferrocarril, la vida del inmigrante o el indio abandonado a su suerte y la lucha no siempre exitosa del gringo al que la tierra parece rechazar como una hembra mezquina.

Rescatar, encontrar esta geografía cultural desde la literatura -a propósito de la crisis que la educación acusa frente a la globalización, la omnipresencia de los medios y las veredas virtuales donde los adolescentes se agrupan- es una oportunidad para recuperar credibilidad, especialmente en esos lectores jóvenes que no quieren, no pueden, no saben leer.

Si proponemos un encuentro con la literatura folclórica o regional o de provincia, es porque entendemos que la literatura no sólo crea mundos (desde una concepción clásica) sino que también los rescata, que es una fuente de conocimientos, sean o no populares, y muchos de ellos verificables.

Porque entendemos que la literatura es un espejo en el que podemos reconocernos con el otro y proyectarnos en el mundo. Porque entendemos que la literatura no necesariamente debe acudir a un pacto ficcional para ser entendida o que justifique su existencia. Porque la literatura, en definitiva, puede mostrarnos nuestro rostro original y explicar cómo conviven en nosotros otras caras.
*El autor ha publicado Sentimiento (1982) y Sábanas sin flores (2003) en poesía y la novela infantil Las aventuras de Cepillo el león. Es profesor de Lengua y Literatura y editor de Promiscuos&Promisorios, reciente antología de la poesía escrita en Mendoza para el siglo XXI.

Por Dionisio Salas Astorga