jueves, 23 de agosto de 2012

Sexo porque sí

Hay jóvenes que tienen sexo, a menudo con prostitutas, sólo para jactarse de eso ante sus amigos, aún aunque no estén ni cerca de disfrutarlo.




“Durante tres o cuatro años la rutina fue la misma, todos y cada uno de los sábados: juntarse en la casa de alguno de los chicos para hacer la previa, ir a bailar a ‘La Casona’ de Lanús, y salir temprano del boliche para ir directamente a ‘Yamila’. Algunas veces hasta no íbamos al boliche, sino que nuestra salida del fin de semana consistía simplemente en ir a tener sexo. Lo hicimos tantas veces que ya había perdido sentido”, se sincera Juan Manuel, recordando aquellos años de su adolescencia en que, religiosamente, marcaba tarjeta en un prostíbulo ubicado donde la avenida Yrigoyen se pierde en el límite entre los partidos de Avellaneda y Lanús.
            Hoy tiene 27 años, una carrera profesional y vive con su novia en un departamento en Lanús, pero todavía recuerda esa época en que junto a su grupo más cercano de amigos se habían creado casi una obligación de promiscuidad, que a fuerza de repetirse tantas veces, se había desnaturalizado, y lo que había comenzado como placer, terminó en aburrimiento. “La primera vez que fui a ‘Yamila’ me llevó mi hermano mayor, con algunos amigos suyos. Ellos iban casi todos los fines de semana al cabaret, y casi como que nos pasaron una posta simbólica”, relata Juan Manuel, quien a pesar de tener una novia estable, nunca dejaba de tener encuentros sexuales con prostitutas, sólo por el hecho de hacerlo.
            La historia de Juan Manuel y sus amigos, es como muchas otras, la de jóvenes que dedican sus fines de semana al “reviente”, sólo que en este caso el combo de sexo, drogas y rock and roll, sólo incluía al primer integrante del triunvirato. “Las primeras veces lo veíamos como una especie de despertar sexual. Teníamos entre 16 y 18 años, las hormonas a pleno, y pensábamos en una sola cosa. Después con el paso de los años, varios en el grupo nos fuimos poniendo de novios, pero no lo veíamos como tener una relación sentimental, sino que buscábamos la posibilidad de tener sexo sin pagar”, reconoce. Pero la visita al cabaret seguía fija en la agenda.
            El sexo rutinario siguió por unos años, hasta que una noche, el miedo a contraer una enfermedad hizo que varios del grupo tomaran conciencia de lo que estaban haciendo. “Ahora, con el paso de los años, me doy cuenta que realmente no disfrutaba de esos encuentros, sino que cumplía casi como de compromiso. Y lo peor fue una vez que a la mañana siguiente me di cuenta de que tenía una herida en mi pene, y caí en la cuenta de que muchas veces no me cuidé ni tomé ningún tipo de recaudos. Ahí me ‘cayó la ficha’: estoy poniendo en grave peligro mi salud, y para peor, haciendo algo que no me divierte en lo más mínimo, sino que lo hago para parecer canchero”. Después de una larga seguidilla de estudios y análisis que le devolvieron la tranquilidad, ‘Yamila’ perdió a uno de sus más fieles clientes.
            La falta de cuidado es sólo una de las peligrosas aristas que trae aparejada esta vida libertina. Un estudio realizado por el “Centro para el control y prevención de enfermedades” de Atlanta, Estados Unidos, reveló que dos terceras partes de los adolescentes estadounidenses practicaron o recibieron sexo oral, pero sin tener idea alguna de un posible riesgo de contagio de enfermedades de transmisión sexual. Los datos, obtenidos de más de seis mil entrevistas realizadas durante el plazo 2007-2010, arrojaron luz sobre el desconocimiento entre los jóvenes: el 26 por ciento de los jóvenes sexualmente activos entre los 15 y 17 años aseguraron que uno “no puede contagiarse del virus HIV sólo por tener sexo oral sin protección”.
            El riesgo de una rutina es que la repetición constante de algo termine por aburrirnos de eso que en algún momento nos divertía. “Después que dejé de ir siempre al cabaret, tuve como una larga temporada en que estuve casi como ‘asexuado’. Es más, terminé mi relación con mi novia de ese momento porque ella me pedía tener relaciones sexuales y yo ya no tenía ganas”, recuerda Juan Manuel. “Por parecer canchero y competir con mis amigos sobre quién se había acostado más veces, finalmente terminé odiando algo que hacía, y mucho, principalmente porque me gustaba. Fue como si me hubiese empachado de sexo”.

FUENTE: clarin.com

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